25 junio 2005

Arte: Taparrabos de ganchillo


"Acuerdo, asentamiento, con los monos."

La artista Ming-Ying Su ha logrado consolidar su obra no sólo por la manera en que trata temas andróginos y la representación sexual si no por hacerlo tejiendo a ganchillo (crochet). Su trabajo ha levantado ampollas en la exposición colectiva "No es el tejer que conoces" en el espacio escultórico del 1111 de la Pennsylvania Avenue, Washington DC. El matiz empieza con la naturaleza de la galería localizada en el recibidor de un edificio de oficinas en el que trabaja el buffet de abogados Morgan, Lewis & Bockius. La galería se creó para cumplir un requisito municipal que exigía al inversor inmobiliario tener un componente artístico en el edificio. Éste suele ser algo que se integra en la arquitectura: vidrieras, relieves o alguna obra fija en las zonas públicas, un cuadrito aquí, una escultura allí. En este caso se propuso una galería de escultura con exposiciones rotativas gestionadas por un responsable que durante 4 años no ha generado ninguna crítica, hasta ahora...
Varios trabajadores, en particular gerentes y mujeres, se han quejado de la naturaleza sexual de los humanoides de ganchillo, en concreto de sus genitales híbridos y de los penes de palmo que portaban algunos. Ante la amenaza de eliminar la exposición en su totalidad y el miedo al sabotaje Ming-Ying Su se comprometió con la solución irónica de cubrir los genitales de las figuras. Afortunadamente la artista es una maquina del ganchillo y en dos días tenía los taparrabos y las hojas de parra listas. Bueno, aunque los encargados del edificio no contaron bien y aún queda algún pezón que otro sin cubrir. La prensa alcanzó tarde el evento que fue sacado a la luz en forma de bitácora (DC Arts News).


Dentro de plantearse si es respetable lo que ha ocurrido hay dos aspectos que se merece resaltar. El primero es que nos enfrentamos a una concepción del arte como decoración. De acuerdo, el arte puede ser decorativo en una de sus acepciones, pero no exclusivamente, ni siquiera la decoración necesariamente ha de carecer obligatoriamente de un componente crítico y analítico ni está desprovista de un contexto cultural. Lo que ocurre es que si existieran directrices explícitas sobre el arte que ha de ir en estos espacios corporativos sería obvio que existe una censura temática y expresiva que vendría a confirmar lo que es notorio: El arte se utiliza para ofrecer una imagen falsa, estereotípica, de la creatividad que cuando desafía las expectativas estéticas del usuario ha de ser eliminada. En segundo lugar entiendo que las representaciones sexuales y del cuerpo pueden generar reparos dependiendo de la formación y creencias de una persona. Pero también aprecio aquí una discriminación elitista basada en prejuicios sobre lo que constituye arte o no. Frente al rechazo de la representación genital se esconde también un rechazo a la manufactura de la obra: "Yo no soy ningún crítico de arte pero esto no es la Venus de Milo", dijo John Shenefield, socio en el buffet de abogados. Por una parte todos ejercemos un juicio de valor cultural seamos críticos o no, en este caso la defensa de un desnudo femenino "clásico" en mármol frente a unas figuras andróginas de ganchillo. ¿No se podría enmarcar esta opinión no sólo dentro de un discurso elitista si no sexista? Es decir, sería bastante lógico que aquellas personas que encuentran molestas las muestras de genitales de tela a la entrada de sus oficinas vieran igualmente ofensiva la muestra de los genitales de una figura de piedra.


Para terminar conviene recordar como las obras no están exentas de significado cultural, burlesco o sexual. Por ejemplo las famosas majas de Goya no se hicieron para glorificar la forma estética femenina a los ojos de los turistas en el Museo del Prado, se hicieron primero para mofarse de Godoy y después para que el susodicho las mostrara en su despacho alternándolas con un sistema de poleas dependiendo del tono de la visita. Vamos, ni la Venus de Milo ni falta que hace...